Uzbekistán, viaje a un país lejano con algo familiar

El que fuera primer Príncipe de Asturias, Enrique III, pionero en enviar atrevidas embajadas a la corte uzbeka de Tamerlán, que desde Samarcanda extendía sus dominios por toda Asia Central

La plaza de Registán, corazón de la antigua ciudad de Samarcanda.

La plaza de Registán, corazón de la antigua ciudad de Samarcanda. / J. V. R

Josefina Velasco Rozado

Josefina Velasco Rozado

"Me duele ver que viaja y no escribe, que observa y no apunta, no ordena, ni deduce. Y que se fatiga y no coge fruto, ni para sí, ni para otros", decía Jovellanos. Siguiendo el consejo del ilustrado asturiano siempre nos acompaña un cuaderno de notas.

Uzbekistán está lejos de nosotros en la distancia (más de 5.500 km en línea recta) y en la vivencia, pero la historia es revoltosa y nos depara sorpresas que vencen distancias. Ubicado entre los "stan" (lugar de) de la desmembrada Unión Soviética, es ahora un país emergente en esto del turismo cultural, más que sus vecinos Kazajistán al noroeste, Turkmenistán al suroeste, Kirguistán y Tayikistán al sureste o el temporalmente soviético Afganistán al sur. Las relaciones de esos pueblos nunca fueron fáciles. Ahora todos luchan por sobrevivir. Uzbekistán tiene en su haber el privilegio de referencias legendarias de atractivo insuperable. La ciudad de Samarcanda lo ejemplifica, aunque el territorio uzbeko no es solo la ciudad mítica, antigua Afrosiab o la Maracanda griega del conquistador Alejandro Magno. Desde muy antiguo el término de Samarcanda evocó la belleza de Oriente, trayendo a la memoria de quienes lo pronunciaban las caravanas de camellos cargadas de especias, telas delicadas, joyas y productos exóticos reclamados por las élites europeas.

En los siglos medievales, mantener abierta la llamada Ruta de la Seda fue objetivo básico. Las Cruzadas, con la excusa de liberar los Santos Lugares de la cristiandad de los infieles, perseguían impedir el cierre de la circulación de mercancías si los turcos tomaban Bizancio, capital del Imperio Bizantino, antigua Constantinopla y hoy Estambul. Dejar libres los puertos mediterráneos era básico para el comercio. Los negociantes que tejían redes económicas en Europa pusieron su empeño en la ruta. Los viajes del veneciano Marco Polo a China (Catay), narrados en su "Libro de las Maravillas", reflejan el exotismo de las tierras que atravesaba para llegar en el siglo XIII a la corte de Kublai Kan, nieto del forjador del imperio mongol Gengis Kan, que había aterrorizado y dominado todas aquellas llanuras esteparias. Ya entonces le pareció Samarcanda, pese a los destrozos de las guerras, "muy grande y espléndida".

De arriba abajo, murallas de Jiva; placa del embajador Clavijo; Bujará, Poi Kalon, y hotel de época soviética en Taskent. |

Hotel de época soviética en Taskent / J. V. R.

A pesar de las luchas tribales e imperiales, las caravanas de sufridos y resistentes camellos cargados de valiosas mercancías mantuvieron el tránsito en un camino plagado de caravasares en los que repostar y descansar. En las ciudades y en los trayectos intermedios entre Samarcanda, Bukhara y Khiva, incluso por el desierto de Kysyl Kum, las tierras de los uzbekos fueron imprescindibles. A finales del siglo XIV el avance de los turcos otomanos de Bayaceto I hacia Occidente, venciendo a los cruzados, amenazaron la circulación que llegaba hasta el Mediterráneo, el Mare Nostrum europeo desde los tiempos de Roma.

Bayaceto I ("El Rayo") se encontró frente a frente con un intrépido contrincante, Tamerlán ("Temur el Cojo"), fundador del imperio Timúrida, que desde su Samarcanda, capital embellecida, extendía sus dominios por toda Asia Central. Cerca de Ankara, Tamerlán infligió una derrota sonada a Bayaceto en julio de 1403. El turco moriría poco después y la fama de Temur sonó en Europa.

Para halagar al uzbeko, asegurar su respeto a los intercambios y frenar sus aspiraciones hacia Occidente, las cortes europeas idearon contactos. Y entre ellas el reino castellano fue pionero. A menudo somos más benévolos con las leyendas ajenas que con las propias, pero las embajadas de Enrique III de Castilla ("El Doliente") a la corte de Tamerlán resultaron para la época de un atrevimiento increíble. El que fuera primer Príncipe de Asturias, título creado en 1388, rey desde 1390 hasta 1406, aceleró con el visto bueno papal la reconquista en la Península, intentando de paso afianzar su poder. Todos los reinos peninsulares cristianos debían empeñarse en defender la libertad del transporte mediterráneo que precisamente la península Ibérica cerraba por el oeste.

Uzbekistán, viaje a un país lejano con algo familiar

Bujará, Poi Kalon / J. V. R.

La corte castellana de Enrique III envió dos embajadas a la lejana y mitológica Samarcanda para establecer lazos amistosos con Tamerlán. El madrileño Ruy González de Clavijo encabezó el grupo de la segunda entre 1403 y 1406 y dio cuenta de sus peripecias en un texto documentado de indudable interés, "El viaje a Tamorlán". Aquella fue una auténtica odisea de la época que llegó a impresionar al fundador de la dinastía Timúrida. Clavijo hizo una guía de su periplo y contó la belleza de la capital Samarcanda, a la que Tamerlán ennobleció con mezquitas y madrasas en las que trabajaron arquitectos y artesanos de todos los territorios dominados desde el Indo al mar Negro y que hoy son el mayor reclamo para el visitante, además de ser monumentos imitados en toda Asia. Apenas estuvo unos meses. Temur le demostró amistad. Poco después de abandonar las posesiones timúridas Clavijo supo de la muerte del guerrero en 1405 a los 69 años, víctima de las fiebres, cuando había emprendido la conquista de China. Cerca del mausoleo que guarda los restos del mitificado Kan, donde están parte de sus descendientes, construido en origen para su nieto favorito, una placa recuerda al embajador español "Rui Gonsales de Klavixo" y un barrio excéntrico de la ciudad, donde se hacía el mejor papel de seda chino, Maturid, está dedicado a Madrid, la villa natal del español.

Por su importancia para Uzbekistán Amir Timur, Temur el Cojo o Tamerlán es en la actualidad el héroe nacional de los uzbekos necesitados de figuras históricas guerreras propias, algo así como nuestros Pelayo o Cid. Y eso que de sabios no andan cojos porque allí destacaron Avicena, Ulugh Beg y Omar Jayyam, entre otros. Ya se sabe que un pueblo precisa tanto más de las armas que de las letras para reafirmarse.

Uzbekistán, viaje a un país lejano con algo familiar

Placa del embajador Clavijo / J. V. R.

Cruzando la historia hasta hoy, Uzbekistán, invadida varias veces, se rehace desde que consiguiera la independencia de la derrumbada URSS en 1991. En los dos últimos siglos había estado ligada al imperio de los zares rusos y luego como República soviética. Queda mucho de aquel periodo en las barriadas obreras, en el diseño urbano, en los edificios con las fachadas adustas y los aparatos imprescindibles de aire acondicionado, en el metro maravillosamente decorado de Taskent, el primer transporte público del Asia Central; en los megalómanos monumentos y hoteles.

El cuarteto de ciudades importantes de este a oeste, la capital Taskent y los enclaves orientalizantes de Samarcanda, Bukhara y Khiva, son los pilares de la proyección turística. Perduran inconvenientes: una moneda imposible con demasiados ceros (1 euro= 13.000 sum); una lengua que compite aún con el ruso, espacio del que es todavía dependiente; una región interior medio rebelde, Karakalpaquistán; una agricultura que continúa con el binomio de tiempos soviéticos de algodón y arroz, consumidores del agua tan escasa; unos problemas medioambientales serios con la desecación galopante del mar de Aral, en otro tiempo rico en pesca, compartido con Kazajistán, el mismo que Isabel Coixet llevara a su impactante documental "Aral, el mar perdido" en 2019. Ahora, sin mar, la dieta en carne de cordero, pollo, vaca y caballo se impone; el plov es el plato típico con carne, arroz y verduras de invernadero. Le urge a Uzbekistán cuidar sus dos ríos grandes fronterizos, el Amu Darya (Oxus antiguo) y el Sir Darya (Yaxartes, grecorromano), aunque para eso se impone un acuerdo entre vecinos, no siempre posible. Sus 36 millones de habitantes soportan serias desigualdades; a nivel de creencias crece el islamismo practicante y el poder religioso de las madrasas en pleno auge.

Uzbekistán, viaje a un país lejano con algo familiar

Murallas de Jiva / J. V. R.

Para el viajero que ansía ver el esplendor de la Ruta de la Seda y el resplandor de sus construcciones azulejadas turquesas, doradas y esmeraldas, asomarse a la bella Jiva (Khiva), ciudad clave en el tráfico de esclavos hasta el XIX, enriquecida en la Edad Moderna con sus murallas, palacios y minaretes, como faros aparte de altavoces de oración o torres justicieras; o detenerse, atravesado el desierto de Kyzyl Kum en Bujará (Bukhara) y sus mercados, su Poi Kalon, sus madrasas y mezquitas, su fortaleza, brillando incluso bajo el polvo que tamiza el sol. Luego Samarcanda, que bajo la férrea mano de Tamerlán fue una luz en la llanura Transoxiana, con su Registán, viejo arenal de ejecuciones, visita ineludible gracias a las exuberantes edificaciones que cobija. Hasta Taskent, la más soviética y occidental, muestra el esplendor pasado. Cierto que todo ello es fruto de una restauración total desde hace poco. Como si las emblemáticas cigüeñas simbólicas representaran su renacer, Uzbekistán busca su futuro en el pasado, aunque algo más tendrá que hacer.

El declinar de la Ruta de la Seda para Occidente se produjo con el cierre del Mediterráneo tras la caída de Constantinopla en 1453. Europa exploró nuevas vías: circunnavegó África o fue hacia el oeste y se encontró con América buscando las especias y productos de Catay y Cipango (China y Japón). Pese al tiempo y la distancia la historia anuda regiones alejadas que las relaciones actuales potencian. Si un grupo de enviados cruzó mares y desiertos en el siglo XV y dejó huella tan lejos, desde 2009 España colabora en el trazado ferroviario que une Bujará-Samarcanda-Taskent a 160 km por hora con los Talgo serie Afrosiyob, adaptados al severo clima continental uzbeko, el único en Asia Central en expansión; y podría correr más. Entre el aventurero embajador Clavijo y el tren Talgo hay un no sé qué familiar en Uzbekistán.

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