Cultura ribereña con nombre y apellido: Kilo Tejada y la época dorada del salmón en el Narcea
“El salmón siempre fue un buen negocio y un plato muy preciado”, reconoce el pescador que, a sus 89 años, no abandona el río
Ángela Rodríguez
Ofreciéndose a sacar su coche para conducir hasta la zona donde mejor se ve el río, Ángel Carlos Díez de Tejada, más conocido por Kilo Tejada, recibe en Cornellana con una sonrisa y recién afeitado. Este mes de abril trae para él las 89 primaveras, con vigor y una memoria envidiable, especialmente para todo aquello que tenga que ver con el río y la pesca.
También con la caza. “Mientras pueda y se me renueven las licencias seguiré practicando estas disciplinas. Y lo mismo con el carnet de conducir”, asegura, desde el Café Bar Central, al pie de la carretera en el corazón de Cornellana. Un museo vivo de la cultura ribereña en torno al Narcea donde, por supuesto, no falta su fotografía presumiendo de un buen salmón.
“Este no lo pesqué yo, que quede claro. Mi primer salmón lo conseguí a los catorce años. Pesaba cinco kilos. Y, a partir de ahí, la verdad que pesqué muchos. Y muchos después de jubilarme. Ahora con uno me conformo para compartir con la familia”, explica Kilo, sumando comensales empezando por los nietos.
De su padre heredó la pasión por el río. Un río que cuida, observa y respeta. Y con el que carga, a su edad, las herramientas para limpiar un acceso si hace falta. “Las riberas tenían que estar bastante mejor”, lamenta, entre otros ribereños que al escucharlo asienten.
“Los pescadores no acabamos con el salmón. Viví la época de los ríos llenos de salmones. Porque mi padre era el delegado de la Asociación Asturiana de Pesca, de la que ahora soy el socio número uno, y hubo una temporada que para sacar una licencia tenías que pertenecer a una colaboradora. Cuando se instauró el precinto, cada salmón tenía que pasar por ahí para venderse. Los salmones siempre fueron un buen negocio”, añade.
Según recuerda no solo se paga bien el Campanu, que nunca llegó a pescar, sino que los salmones del Narcea llegaban en grandes cantidades a Madrid. “¡Cómo lo comerían!”, expresa Kilo, en referencia a la escasez de medios para conservar los alimentos en aquellos tiempos.
Desde “la bañera que había en Casa Grana”, hasta los viajes “a llevar los salmones a desovar a Infiesto”, en la retina del pescador sigue grabado el río. Los cormoranes, sus años trabajando en la presa de Calabazos o aquellas primeras varadas que echaba antes de ir al instituto, todo está presente en el día a día del salense. Una verdadera institución en el pueblo.
“Pregúntale a Kilo”, “eso Kilo te lo puede decir”, repiten los vecinos, con respeto por quién supo hacer del río una pasión, no una obsesión. “Solo soy el más mayor que queda pescando, al menos de la zona”, responde él.
Y es que, aunque ahora “la cultura ribereña ya no es lo mismo”, Kilo no abandona. “Antes venía muy poca gente de fuera, porque había muy pocos medios. Ahora el 60% de los que vienen a pescar son de fuera. Voy al río y conozco a tres”, confiesa. A quién seguro sí conocen, incluso los recién llegados, es a él.
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