Opinión | Asturias y los asturianos

Aquellos chalados en sus locos cacharros

Los pioneros de la aeronáutica en el Principado

Los comienzos de la aviación en el Principado me recuerdan a la película en la que el genial Alberto Sordi encarna a un impetuoso conde italiano que acaba destrozando sus aparatos en una divertida carrera aérea entre Londres y París. Rafael de Madariaga, en su libro sobre este curioso asunto, considera las acrobacias en globo de un tal Vuayer en Oviedo, entre finales del diecinueve y principios del veinte, como el acta de nacimiento de nuestra peculiar conquista de los cielos. Poco después seguirían las hazañas del felguerino Jesús Fernández Duro con su aerostato «Alcotán» y sus vuelos desde Francia a Granada, entre otras heroicas singladuras. En sus escasos veintiocho años de intensa vida, Duro iría también por el aire de Oviedo hasta Lugones, tomando tierra en la finca de los Guisasola y luego yéndose con ellos a disfrutar de una buena merendola, como si tal cosa. El aviador gijonés Mariano Suárez Pola sería por aquella época la primera víctima aérea asturiana, al capotar en Francia mientras pilotaba un rudimentario aeroplano.

Esos locos cacharros pronto suscitarían el interés popular de los asturianos. Madariaga apunta que el francés afincado en Vascongadas Leoncio Garnier era la gran atracción de los festejos locales de entonces, con exhibiciones en las que se desplazaba por las nubes durante unos instantes, para pasmo de gijoneses, parragueses, avilesinos, luarqueses u ovetenses. La precariedad de los artilugios con los que se ascendía y descendía era todo un espectáculo, y el arrojo de los que se atrevían a desafiar la ley de la gravedad, próximo al del domador en la jaula de las fieras. Cuando en 1929 pasa por Navia el dirigible alemán Graf Zeppelin –de regreso a Alemania tras una de sus vueltas al mundo–, la expectación que causó entre los vecinos se recordó durante generaciones.

Las complicadas condiciones meteorológicas asturianas tampoco ayudaron en estos pintorescos inicios. De hecho, la primera ruta en avión que proyectaba conectar Madrid con Oviedo, tras recalar antes en Olmedo y León, se descartó precisamente por ese motivo. Y cuando en 1928 se planteó de forma oficial unir Vigo con La Coruña, Gijón, Santander y San Sebastián, hubo de abandonarse por resultar descabellada en términos de rentabilidad y seguridad.

Estas notorias limitaciones a la aviación, sin embargo, no fueron óbice para que un puñado de intrépidos aeronautas asturianos continuaran encarando con audacia nuestras persistentes nieblas, amenazadores temporales o temidos vientos recios. Es el caso de uno de los mejores arquitectos de la historia del Principado, Ignacio Álvarez Castelao, que se dedicaría a surcar el paraíso natural a bordo de una Jodel Compostela, avioneta francesa construida en Santander y con la que se cuenta que aprovechaba para supervisar desde lo alto sus modernas construcciones, además de deleitarse con el paisaje. Quienes trataron a Castelao no recuerdan haberle escuchado hablar demasiado de su afición por las alas, que compaginaba con su condición de infatigable trotamundos, lo que tal vez permita sospechar que se trataba de un entretenimiento íntimo, característico de su proverbial inquietud sobre todas las cosas. En el aeródromo de Lugo de Llanera aún se acuerdan de verlo llegar con su elegante pajarita y su pitillo en la mano, dispuesto una vez más a sobrevolar su querida tierra.

Hoy, que el aeropuerto de Asturias permite por fin enlazar con las principales ciudades españolas y numerosas europeas tras años de completo abandono, conviene no olvidar a estos legendarios pioneros de los cielos astures, civiles y militares, considerados entre los más valerosos del país precisamente por no tenerlo aquí nada fácil para poder desarrollar su apasionante vocación.

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