Opinión | EL MALECÓN

A las órdenes de Kroos

El centrocampista del Real Madrid Toni Kroos.

El centrocampista del Real Madrid Toni Kroos. / EFE

Muy pocos son los elegidos a los que les cabe un campo de fútbol en las botas. Uno de ellos es Toni Kroos, que sincroniza con precisión de cirujano la cabeza con los pies. Y sin necesidad de mirarse los cordones. En su privilegiado observatorio, el mentón siempre empinado, el cuerpo erguido y todas las luces encendidas. Este ilustrado alemán al que despachó el Bayern hace una década en uno de esos chutes de soberbia que marcan el hueso del gigante bávaro, conoce cada partido al dedillo desde el calentamiento. Es un perito de primera. Ahora toca descargar hacia atrás, luego un vistazo hacia delante, más tarde un cambio de orientación en diagonal. Para lo que sea menester, Kroos, quien más balón consume y con mayor eficacia en toda la Copa de Europa. El último simposio, el pasado martes en Múnich.

Elegante y nunca empavorecido, este inoxidable volante germano regresó a casa como se fue para desconsuelo de Pep Guardiola, como un jugadorazo. Hubiera sido el pariente ideal de Xavi e Iniesta, pero aterrizó en Chamartín para replicar la fascinante pareja azulgrana con el camarada Modric. Para entonces ya había sido campeón del mundo (Brasil 2014) y campeón de Europa con el Bayern. Con el Real, otras cuatro Champions y la quinta a tiro de dos partidos tras cuatro empates consecutivos. Así es el Madrid de Kroos, un club en vilo pendiente de su renovación.

De vuelta a Múnich, cuando el Bayern salió a toque de corneta, Kroos lanzó el flotador y puso firme a todo el escuadrón, de Lunin a Vinicius. Llegado el momento, desde su campo base, templó al cuadro de Tuchel. Hasta que, ya rebajado el adversario, sacó la escuadra y el cartabón y citó a Vinicius con la gloria y al tieso Kim con el infierno. El eterno Neuer se enteró tarde del hipnótico pase. Como un pasmarote, el portero se plantó ante el delantero brasileño cuando ya hacía un siglo que brindaba su compatriota. El efecto Kroos dejó llagado al Bayern durante media hora.

A los 34 años, Kroos, el último gran talento de la Alemania Oriental, donde se acunó bajo la tutela de su padre-entrenador, destila un aire falsamente moroso. Está y está sin necesidad de calarse una boina verde, sin estridencias populistas, porque le basta con un radio de acción limitado para poner a cada cual en su sitio. Cada ración de pases tiene sentido y sus estadísticas lo mismo asombran al personal por tratarse del mejor rapiñador de balones que por ser el de mayor campechanía con la pelota. Apenas hay renglones torcidos con este futbolista, que da la sensación de seguir perfumado al final de cada encuentro.

Con Kroos como divisa para todos, lo mismo afilaban Cristiano y Benzema que ahora Vinicius, que le va cogiendo gustillo a merodear por el sector del nueve. Como si el alemán le hubiera iluminado, ya no es aquel gambeteador al que el gol le quedaba en Marte (este curso lleva 21 tantos y once asistencias). Con Kroos todo es más fácil. Bien lo saben en Madrid, y quizá ya en Múnich. Y no digamos en toda Alemania, a cuyo empeño acudirá este verano en la Eurocopa local tras su retirada internacional en julio de 2021. Por lo visto el martes en el Allianz no habrá germano que no celebre que el sinfónico Kroos no hubiera marchitado para siempre.