Opinión | Un millón

La carta del ilusionista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Eduardo Parra - Europa Press

Unos recortes de unos medios pequeños, una denuncia de unos conocidos querulantes, un juez con puñetas, una carta pública de 5 folios, un silencio de 5 días, una manifestación de 12.500 asistentes y una comparecencia en escalinata de 8 minutos... Para que Pedro Sánchez se planteara dejar el gobierno no hizo falta un ataque masivo y para que lo siga presidiendo no fue precisa una defensa de alta intensidad. ¡Sorpresa! Le merece la pena la alegría que da gobernar, le sigue gustando mucho lo mismo y ha gastado otro comodín.

El presidente Sánchez puso al ciudadano Pedro en el centro (como se dice ahora) y marcó la agenda española durante 5 días, con el foco trazando a compás el espacio de su ausencia y el tambor sintonizando -del escepticismo a la duda, del riesgo al miedo- su ritmo percutiente al ritmo cardíaco social. Magia de cerca, Pedro Sánchez hizo ilusionismo con una sola carta. Las cartas son para quien las recibe y el destinatario era el ciudadano.

Los ciudadanos no son presidentes: no saben qué es serlo, ni quieren ni pueden. Para llegar a presidente hay una selección feroz que excluye a todos los demás y para permanecer en el cargo, mecanismos de poder que pueden doblegar muchas fuerzas. Los presidentes no son ciudadanos a la intemperie, atacados e indefensos con sus familias, como contaba la carta. El presidente Sánchez no es insensible al daño y el ciudadano Pedro no es indigno de compasión, pero la carta del ilusionista planteó una empatía muy asimétrica.

La pregunta "¿merece la pena?" fue retórica desde el planteamiento en la carta hasta la respuesta en la escalinata. El presidente ya había reflexionado. El estado de ánimo de Sánchez nunca fue, de verdad, asunto de Estado. ¡Menos mal! Menos mal que tiene algún límite Pedro Sánchez, este personaje, admirable para la ficción, que en la realidad está por encima de sus rivales y a la altura y la dureza de sus enemigos.