Opinión

Sánchez se va por amor, quizá vuelva

La fórmula "a punto de dimitir" no existe en la presidencia del Gobierno, es un sentimentalismo inadmisible en la cúpula del Estado. Ser o no ser primer ministro supone una disyuntiva desterrada al frente de un país, por fortuna para los ciudadanos. Pedro Sánchez se va por carta y por amor, ya se verá si vuelve en lo que hoy constituye una mera hipótesis. A continuación, las premisas de este abandono a medias.

Sánchez es el presidente del Gobierno más ferozmente atacado en medio siglo de democracia. Un porcentaje de las agresiones brutales estarán justificadas, pero dado que no es mejor ni peor que sus antecesores, también se erige en el primer ministro más injustamente tratado. Personalizando, no sé cómo ha aguantado tanto, por encima de los límites exigibles a un ser humano en las profesiones de máximo riesgo.

La moción de censura de 2018, el pacto con Podemos de 2020 y el pasado 23J con solo 121 diputados son hitos de una peripecia inverosímil, hasta el punto de que podría decretarse que solo estaban al alcance de Sánchez. Si ha sobrevivido a estas tempestades, por qué dimite temporalmente a raíz de una querella admitida a tramite de la sospechosa organización Manos Limpias.

Aquí entraría en juego el amor, para quienes todavía lo aprecien y consideren apropiado invocarlo en la cima del Estado. En la segunda línea de una carta que ya forma parte de la historia, Sánchez se refiere a "la gravedad de los ataques que estamos recibiendo mi esposa y yo". Más adelante confiesa sin "rubor" que "soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer". Son cualidades que pueden garantizarle el respeto, la admiración o incluso el voto de los ciudadanos. Sin embargo, carecen de peso en la función de presidente del Gobierno, unipersonal y al margen de referencias conyugales. Recuerden a Sarkozy.

Esta semana empezó para Sánchez con el excelente resultado en las elecciones vascas, para sí mismo y contra el PP, un fenómeno más importante que la querella citada. Un primer ministro no puede permitirse el punto de quiebra, y la política descree de las renuncias por motivos personales. En cuanto al blindaje familiar, en el caso más cercano de Koldo se investigan las adquisiciones de viviendas por parte de niños, y la participación en las supuestas fechorías de las cónyuges de los investigados.

Todo lo anterior no obsta para recordar que España puede permitirse hoy difícilmente la renuncia de Sánchez, que ya se ha producido de facto. Tanto en 2020 como en 2023, la asunción casi temeraria de la Moncloa impidió nuevas elecciones, en un país que había llegado a acumular hasta cinco comicios en solo nueve años. La salida del presidente crea más problemas de los que resuelve. Ahora bien, si el líder socialista afronta una retirada estratégica para volver en olor de multitudes, abusa de las prerrogativas del cargo y no precisaba de esta exhibición de su poder.

Como de costumbre, Sánchez no tiene precedentes. Suárez se va, acosado por el Rey, los militares y los banqueros. Zapatero se marcha, sitiado por Obama y Merkel. El actual presidente se mantiene en el limbo por una vulgar querella, y remata su carta sobre su periodo de reflexión con un cesarista "daré a conocer mi decisión". Esa resolución ya la ha comunicado, la cuestión ahora es si el lunes dará marcha atrás. O si la actualidad se lo permite. De momento, ha otorgado un triunfo inesperado a la extrema derecha.

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