María Rodríguez Sánchez, más conocida en su Noreña natal como Maruja "La Macaína", conserva a sus 95 años una lucidez envidiable, que es la que mantiene intacto a esta vecina de Gijón el recuerdo de uno de los episodios más duros de su vida. Fue testigo de los brutales fusilamientos del 5 de diciembre de 1937 en San Miguel de la Barreda, donde asesinaron a sangre fría a 18 vecinos Oviedo, Siero y Noreña. Muchos eran unos chavales.

Poco menos tenía ella, que había cumplido 15 años. Recuerda que estaban presos en El Rebollín porque "eran familiares de alguien que hubiera destacado un poco en la política o fueran comprometidos". María Rodríguez tenía amistad con un soldado gallego y no olvida cuando fue a verla a su vivienda -la popular Casa de los Zapateros de Noreña- para contarle el desagradable episodio que acababa de presenciar. Le había tocado hacer guardia a los presos pero ese día "hubo jaleo", fueron a interrogarles de manera poco ortodoxa. Ver arrollar sangre por la pared o cómo sacudían a un señor mayor fue suficiente para que le diera dos duros (al cambio, unos 0,06 euros) a otro compañero para que le cubriera.

Había empezado a oscurecer. Entonces pasaron los presos delante de su casa:

-Maruja, ¡adiós!

-¡Tito!

-Nos llevan para Oviedo, para la Modelo (la cárcel).

Fue la escueta conversación que tuvo con aquel chaval que no imaginaba que le esperaba una cruel muerte en San Miguel de la Barreda (Siero), donde yace como el resto de sus compañeros en una de las dos fosas.

A la mañana siguiente, su madre la mandó ir a La Reguera, a "casa de La Carola", donde se refugiaban de los bombardeos de la aviación. Cuando llegó, un chaval le preguntó si iba "a ver a los muertos". Se quedó de una pieza y se negaba a creerlo. "Pero si están aquí tirados, en el práu en la carretera a Lugones", le espetó. Como a Maruja no le paraba nada, allí se plantó. La guió un crío de la zona. "Iba muy nerviosa" y ahí los encontró, tapados con narbaso (caña del maíz) y ensangrentados. Sólo pudo reconocer a uno, a Justo. Desde entonces quiso decírselo a sus familiares, pero el miedo se lo impidió. Escapó de aquel escenario infernal porque empezó a escuchar disparos. Echó a correr hasta llegar a su casa. "Me senté en la cama y en la alfombra veía muertos y narbaso", explica. Durante un tiempo ella y su familia temieron que también les dieran muerte a ellos.