Agustín Rodríguez | Párroco de La Cañada Real, en Madrid

Agustín Rodríguez, párroco de La Cañada Real, en Madrid: "La iglesia puede dar un servicio de encuentro para intentar reconciliar"

"Trabajar en La Cañada Real es una locura, pero muy entretenido, permite poder tratar de dignificar la vida de la gente"

Agustín Rodríguez, ayer, en Llaranes.

Agustín Rodríguez, ayer, en Llaranes. / Mara Villamuza

Noé Menéndez

Noé Menéndez

La Semana de la Solidaridad de Llaranes no pudo empezar de mejor manera. Agustín Rodríguez (Madrid 1962) es el párroco de uno de los puntos más polémicos de toda España la Cañada Real. Desde su propia experiencia el cura dio una charla en la que habló de la necesidad de crear espacios en los que todo el mundo aunque tenga su opinión pueda estar de acuerdo para así seguir adelante. Antes de dar su charla el madrileño atendió a LA NUEVA ESPAÑA.

–A primera vista nadie diría que es párroco.

–Depende de los estereotipos que tengas. No es algo que me preocupe. Cada uno aparentamos lo que queremos, si me visto de alguna manera es para proyectar una imagen. Pero igual tienes razón, no es lo que se espera de los curas.

–¿Cómo está la situación actualmente en La Cañada Real?

–La Cañada Real es un espacio tremendamente complejo. A lo largo de los años hemos vivido cosas muy distintas. Lo primero es entender lo que es esa zona, un asentamiento forjado en 80 años. Una de las cosas malas que ha ocurrido es que nunca se ha buscado una solución para ellos. Ahora llevamos diez años peleando por ello, llega 70 años tarde. Cuando alguien llega tan tarde lo mínimo que se espera es que lo haga bien. Cuando nos pusimos a ver como resolvíamos la situación al principio fue difícil, porque la búsqueda de soluciones era demoledora. Literalmente, porque querían demolerlo todo. Tras descartar eso, se fueron dado pasos. En 2011 se creó una ley para poder intervenir, porque había un montón de impedimentos. Con ello se creó, en el 2014, un pacto regional, donde todas las instituciones se dieron cuenta que había que ir todos a una y en línea recta, para que los avances que se hiciesen no desapareciesen a los cuatro años. Los políticos dieron un paso al frente. Nos pusimos a trabajar y no empezamos mal, pero en el 2020, con el coronavirus, se paralizó todo. A eso se suma el problema de la luz, que nos machacó. Eso generó un juego de desconfianzas que acabó convierto a la Cañada Real en un arma arrojadiza a nivel político.

–¿Se puede recuperar esa confianza?

–Salir de esta situación es muy difícil, ahora estamos tratando de recuperarla. Estamos recomponiendo lazos. Ahora se ha firmado un protocolo de realojos y se siguen buscando soluciones. Vamos poco a poco.

–Parece que, tras superar lo del 202, hay un rayo de esperanza.

–Lo hay, pero las cosas están muy inestables. Hay una parte de la población y del tejido civil que no acepta que las cosas se arreglen. Entramos en dinámicas que pueden seguir aumentando la distancia y el dolor. Por suerte, la opinión mayoritaria es de consenso.

–¿Cómo es trabajar en La Cañada Real?

–Es una locura, pero a la vez muy entretenido. Vas, vienes y no paras nunca. Se trata ver lo genuino que es lo nuestro. Me dedicó mucho a dignificar la vida de la gente. Nosotros trabajamos desarrollando proyectos y nos centramos en crear vínculos.

–¿Qué papel juega la iglesia en un lugar así?

–Haciendo su trabajo. La solución no la podemos dar nosotros, la iglesia no tiene que arreglar nada. Eso es trabajo de las entidades sociales. La iglesia puede facilitar y ayudar, lo nuestro es un servicio de encuentro y de intentar reconciliar. Ponemos eso a servicio de la sociedad.

–En su charla en Llaranes habló de crear espacios de convergencia.

–Para mi es una de las claves para La Cañada Real, eso y crear sinergias. Con eso se puede salir adelante. Las sinergias van más allá de la convergencia, cuando somos muy plurales es difícil coincidir todo el mundo, pero cuando intentamos aplicar la sinergia si es posible.

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